Y ahí estaba su cuerpo a merced de la
vida que se le escapaba paso a paso. Todos sus discursos, que pensaba
que eran suyos, ya no estaban ahí para asentir con sus cabezas
inventadas y siempre obedientes. Discursos esclavos reconvertidos en
amos.
Ahora comenzaba a darse cuenta del contrato que había firmado,
sin darse cuenta. Un contrato indefinido al que se aferró para
auto-convencerse de que su razón tenía que ser defendida contra los
enemigos de la sinrazón. Un caos inconsciente en el que todo el
mundo decía lo mismo con diferentes palabras.
Frente a la puerta del
nuevo mundo, el cuerpo a merced de la vida dio un último discurso:
-
Yo, yo ,yo, yo, yo, yo y yo. Siempre yo, nunca tú. Perdóname, y
gracias.